Vino blanco
El vino blanco ocupa un papel privilegiado en las buenas mesas de todo el mundo. La versatilidad, los aromas y el placer inmediato que nos brinda han hecho de él una opción imprescindible en cualquier restaurante y en toda ocasión que se precie. Conocerlo mejor nos ayudará a disfrutarlo en toda su plenitud.
El vino blanco ocupa un papel privilegiado en las buenas mesas de todo el mundo. La versatilidad, los aromas y el placer inmediato que nos brinda han hecho de él una opción imprescindible en cualquier restaurante y en toda ocasión que se precie. Conocerlo mejor nos ayudará a disfrutarlo en toda su plenitud.
Todo lo que hay que saber del vino blanco
¿Cómo se elabora el vino blanco?
El vino blanco se elabora mayoritariamente a partir de uvas blancas, aunque también es posible elaborarlo a partir de uvas tintas limitando al mínimo el contacto del mosto con las pieles, con el objetivo de que éstas no liberen color. El proceso más habitual, no obstante, consiste en prensar la uva despalillada (sin el raspón) y separar el mosto de la pasta de inmediato para que posteriormente fermente sin la presencia de las pieles. La baja tanicidad (sequedad) derivada de la mínima infusión de las pieles deriva en un estilo de vino más amable y versátil que el tinto y en una sensación táctil más dócil. Además, la mayoría de vinos blancos, especialmente los de climas más cálidos, no realizan la fermentación maloláctica, hecho que les permite conservar todo su frescor natural. Otro estilo de blanco a destacar es el denominado brisado, en cuya elaboración el mosto fermenta con las pieles, como si de un tinto se tratase, dando lugar a un vino más estructurado y secante.
La crianza
La mayoría de vinos blancos no tienen crianza en barrica. Su vinificación suele llevarse a cabo en depósitos de acero inoxidable que no aportan aroma o textura alguna al vino. No obstante, existen gran cantidad de vinos que sí han seguido un proceso de crianza. Este estilo de vino suele ser más corpulento y especiado, gracias a la microoxigenación que las barricas posibilitan y a los aromas que desprende la madera tostada de su interior. Otro perfil que está irrumpiendo con fuerza en los últimos años es el de la crianza en cemento o en barro, ambos materiales que permiten que los vinos respiren durante su añejamiento, pero que aportan aromas mucho más discretos que la madera.
Las uvas blancas
El número de variedades de uvas blancas destinadas a la vinificación es prácticamente infinito, aunque en realidad, la mayoría de vinos blancos de calidad están elaborados a partir de unos pocos varietales. chardonnay, sauvignon blanc, riesling, chenin blanc, gewürztraminer, muscat, pinot gris o viognier son algunos de los nombres imprescindibles a nivel mundial, pero conviene no olvidar otras grandes uvas como la garnacha blanca, grüner veltliner o sémillon. Entre ellas encontraremos variedades que se caracterizan por el aroma, pero también otras cuya personalidad se sustenta en la seducción de su tacto.
Las regiones vinícolas
La enorme variedad de uvas blancas y sus innumerables aromas y sensaciones se multiplican cuando añadimos a la ecuación los incontables terruños diseminados por el mundo. El chardonnay francés y el riesling alemán son probablemente los dos grandes vinos blancos del mundo, pero detrás de ellos se encuentran muchas otras uvas que se expresan de maneras muy dispares en cada región. Sin ir más lejos, un vino blanco de clima cálido será más corpulento y de aromas más maduros, mientras que el procedente de un clima frío será más fresco y fragante. Conviene catar vinos del Viejo Mundo (Europa), por supuesto, pero no sería justo olvidar las maravillas que se elaboran en el Nuevo Mundo. California, Australia o Nueva Zelanda, por citar sólo algunos ejemplos, elaboran vinos blancos de clase mundial.
Los estilos del vino blanco y sus maridajes
El vino blanco nos ofrece un enorme abanico de posibilidades cuando se trata de buscarle compañía en la mesa. Los más ligeros y afrutados, vinos sin crianza y de graduaciones contenidas, son ideales para platos igualmente livianos y de aromas delicados, como por ejemplo aperitivos o ensaladas. A medida que la intensidad del plato aumente, lo mismo debe suceder con el vino y, no estamos pensando simplemente en pescado, sino también en carnes blancas, uno de los productos que mejor marida con el vino blanco. Un pollo con una salsa cremosa y especiada, o un pescado al horno con verduras, pueden funcionar a la perfección con blancos de crianza, cuya corpulencia y aromática igualarán la potencia del plato. Sin olvidar la perfecta conjunción entre el vino blanco y una gran cantidad de quesos, como por ejemplo: quesos frescos, quesos de cabra, de pasta blanda como el Camembert, o con los quesos de corteza lavada como el Munster.