Valdafoz

Con un marcado signo atlántico y un tiempo insólitamente fresco y lento, cuesta recordar una añada tan compleja y exigente como lo ha sido esta de 2013. Del resultado, sólo el prodigio de unos viñedos tan adaptados al medio son capaces de explicar unos vinos de tal belleza, fragilidad y delicadeza.

La lluvia, abundante como siempre en el invierno berciano, dejó reservas suficientes para los meses posteriores, bastante secos y de temperatura templada, pero con la entrada de la primavera, harto tímida y vacilante, se intuía ya la extrañeza que iba a definir el resto del año --algo que se constató en sucesos como el granizo que acabó con buena parte de la cosecha en zonas como la Muria en Viariz, San Martín y La Faraona--. Todo ello supuso la tardía aparición de la flor de la vid y una cosecha laboriosa y exigente en cuanto al trabajo en el viñedo. El verano, de temperaturas ligeras y ausente de la característica luz de julio y agosto, determinó un proceso vegetal lento y discreto que retrasó tres semanas el inicio normal de la vendimia.

Apenas 10 días después de haber iniciado la recolección de una uva sana y llena de vitalidad, irrumpieron las temibles lluvias de vendimias y con ellas el temor a desmejorar el estado sanitario de una uva a la que le costaba madurar más que nunca. Pero una vez más, los viñedos se adaptaron a la situación convulsa y soportaron precipitaciones de hasta 20 litros en un día, gracias a su altitud, suelo y gran drenaje. Viñas, en fin, perfectamente adaptadas a la humedad y a los caprichos de un clima tan particular.

2013 ha sido para nosotros una suerte de revisión, un acercamiento a la humedad oceánica que nuestros viñedos adoptan como algo propio. Una añada que ha sublimado nuestros lugares empinados y pizarrosos en vinos de aguda delicadeza y finura, de aromas florales y frescor. Vinos de un fondo de mineral húmedo, ahumado y frío que nos recuerda a aquellas primeras cosechas de nuestros orígenes.