Compañía entre las denominadas Slow Food, y por ahora la más premiada del Oltrepò Pavese con mucha diferencia, la de Andrea Picchioni es una de las bodegas más francas y atractivas de Lombardía. Meticuloso en el viñedo y muy prudente en la bodega, con elaboraciones cuidadas, rigurosas y límpidas, Picchioni interpreta el Oltrepò con vinos espectaculares por su sincera expresión del territorio y la tradición, por una simplicidad que en la copa se convierte mágicamente en sorprendente complejidad. Picchioni es una bodega relativamente joven, ubicada en Canneto Pavese, en el corazón de la denominación Oltrepò Pavese. Nacida en los años noventa, la bodega ha crecido gradualmente aprovechando la experiencia de los enólogos locales y en este sentido su conversión a ecológico no puede entenderse de ningún modo como una moda pasajera: Picchioni conjuga con convicción la calidad del producto y la protección del territorio.
En el valle de Solinga, una de las zonas más favorecidas del Oltrepò, Picchioni ha recuperado del abandono algunos de los mejores viñedos en pendiente, ubicados en suelos escarpados a menudo impermeables, sueltos y rocosos, pero beneficiados por una fantástica exposición. Las uvas siguen aquí una perfecta maduración que les aporta sapidez, mineralidad y verticalidad, además de una gran elegancia. Más interesado en la tradición del tinto del Oltrepò que en la más reciente moda de los espumosos, Picchioni nos ofrece una gama de vinos de gran coherencia y rigor. No es casualidad que las uvas y los vinos más típicos de este territorio, aquellos que podríamos calificar injustamente como "el vino del abuelo", sean los caballos de batalla de esta bodega.
De la gama de vinos de Picchioni, el Rosso d'Asia es el que mejor aúna tradición e innovación. Una croatina auténtica, de hecho (pura, con un pequeño aporte de ughetta), como corresponde a un vino típico del Oltrepò: macera durante un par de semanas y reposa en pequeñas barricas de madera durante un mínimo de doce meses. Las cepas de las que procede estuvieron abandonadas durante largo tiempo, hasta que fueron recuperadas en los años 1980; viejas cepas históricas, plantadas sobre suelos arenosos con algunos guijarros, que nos regalan un vino de croatina que rebosa en elegancia y concentración, un vino de larga guarda. En su juventud viste un color rojo rubí intenso y luminoso que con tiempo tiende al granate. Su buqué es generoso, rico, con aromas de frutas del bosque maduras, cerezas, sotobosque, especies, vainilla, regaliz y la típica nota balsámica de las uvas cultivadas en el valle Solinga. En boca es robusto, de tanino suave, un vino completo, rico, amplio, con buen nervio y fresco, gracias a un uso preciso y muy equilibrado de la madera. Acompaña a la perfección los platos de caza con salsas, los arroces con carne, el cordero asado o las carnes rojas estofadas.