La Poulosa

La Vizcaína de Vinos es el más reciente de los proyectos vinícolas de Raúl Pérez, aunque conociendo su incesante inquietud y su rebosante creatividad, estamos más que seguros de que no será el último. En este caso, el espíritu libre de Raúl Pérez cabalga agarrado de las manos de sus sobrinos (Nerea Pérez y César Márquez), con quienes pretende homenajear a su padre ya fallecido replicando el nombre con el que su predecesor comercializaba sus vinos: La Vizcaína de Vinos. Su apuesta es rotunda por las variedades locales de las que quiere resaltar su tipicidad y por las vides más antiguas, herramientas indispensables, según Raúl, para dibujar vinos de entidad local.

En este caso los colores con los que Raúl y César Márquez pintan este vino son los de las variedades mencía, bastardo y garnacha tintorera de la parcela que le da nombre, La Poulosa, situada en Valtuille de abajo. Las 2 hectáreas de suelos arcillosos con guijarros son el sustento para unas vides que datan de 1940 y que, a una altitud de 550 metros y orientadas al este en un entorno templado, dan lo mejor de sí.

El vino desprende amabilidad desde el primer instante, finos aromas de ceniza y violetas, de polvo de piedras, raíces y ciruelas negras. Su boca resulta fresca y jugosa a la par, esponjosa y crujiente, como si caminásemos sobre un suelo de otoño cubierto de hojarasca. Algún fino rastro vegetal, derivado del 80% del raspón que acompaña la fermentación en grandes tinas abiertas, añade el carácter distintivo, mientras los finos taninos obtenidos de la maceración de 60 días se agarran con firmeza al interior de la boca, revistiéndolo de una agradable sequedad que obliga a seguir bebiendo. La acidez es constante, pero tan fina que apenas se siente, como un leve pálpito de fondo que permite al cuerpo del vino seguir latiendo a cada sorbo. Asoman pequeñas fresas silvestres y recuerdos de sotobosque que se acentúan con la aireación y la subida de la temperatura en el paladar. La crianza en barricas usadas no hace más que sumar en favor de la concentración de la esencia del vino; su embotellado, sin clarificación ni filtración, se responsabiliza de la pureza de sus sensaciones.