Los terrenos de la bodega Fèlsina abarcan hasta 600 has de viñedos, olivares, bosques y otros cultivos de cereales, legumbres y girasoles. La que fuera en un tiempo la granja de los Grandes Duques de la Toscana era un lugar especialmente dedicado al cultivo del olivo y con apenas algunas hectáreas de viñedos, pero en los últimos 50 años Fèlsina se ha convertido en una de las bodegas más importantes en la elaboración de vinos con la variedad sangiovese.
El Vin Santo de Fèlsina es un vino santo típico y, a su vez, atípico. Típico porque el proceso de elaboración que sigue es el tradicional: dejan secar las uvas en habitaciones ventiladas hasta diciembre o enero-febrero, luego las someten a un lento proceso de prensado y a una fermentación gradual para finalmente dejar envejecer el vino en pequeñas barricas de 100 litros, selladas y expuestas durante siete años a la merced de las variaciones climáticas de cada estación.
Atípico porque, en contra de lo que dicta la tradición, Fèlsina transgrede la costumbre de reservar para el vino santo solo las uvas blancas y añade algunas uvas tintas para la variante conocida como Occhio di Pernice ('ojo de perdiz'). En el Vin Santo de Fèlsina, pues, participan algunas uvas de sangiovese, que confieren al conjunto elegancia, estructura, austeridad y color, más un refuerzo de tanicidad.
Las uvas utilizadas en su elaboración, de las variedades típicas trebbiano toscano y malvasía blanca, proceden de los viñedos Valli y Il Poggiolo, ubicados en la localidad de Castelnuovo Berardenga, considerados entre los mejores pagos del Chianti Classico. Un homenaje a la mejor tradición de la Toscana, como la práctica de criar el vino sobre lías, en barricas impregnadas con densos sedimentos y levaduras de años anteriores.
A Fèlsina se debe este vino santo de color dorado con cálidos reflejos ámbar. En nariz es intenso y muy persistente. Preciso y bien definido con un equilibrio óptimo, seduce con sus aromas de fruta pasificada, fruta confitada, nueces, miel, melocotón, albaricoque, piña y frutas tropicales. En boca se aprecia el cuerpo, la suavidad y la elegancia de la fruta bien integrada con la madera de las barricas. Un vino de un gran equilibrio con una acidez deliciosa y bien armonizada, un punto de dulzor justo y preciso, y un final especiado como recién ahumado. Ideal para la meditación, para acompañar pastas secas o quesos contundentes.