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Vino de Toscana

La viticultura fue introducida en la Toscana por los etruscos y perfeccionada por los griegos. Durante la etapa romana tuvo poco relevancia y fue en la Edad Media que vivió su época de mayor esplendor, en los monasterios y castillos de la nobleza. En el Renacimiento los vinos toscanos se servían en las mesas más ilustres y en el año 1716, un decreto del gran duque Cosimo III de' Medici estableció lo que más tarde se conocería como las cuatro primeras denominaciones vinícolas de la historia: Chianti, Pomino, Carmignano y Valdarno di Sopra. En el siglo XIX, mientras el vino del Chianti gozaba de gran popularidad en el mercado como un vino fácil de beber, Ferruccio Biondi Santi producía la primera añada de un vino con origen Brunello; era el año 1888. Hoy, la viticultura toscana está considerada como una de las más avanzadas de Italia y destina enormes recursos tanto a la crianza como a la comercialización de sus vinos. Con 60.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la vid, la Toscana produce 2,8 millones de hectolitros de vino (2014) y es el origen de aproximadamente el 25% de las exportaciones de vino italiano.

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Toscana

La viticultura fue introducida en la Toscana por los etruscos y perfeccionada por los griegos. Durante la etapa romana tuvo poco relevancia y fue en la Edad Media que vivió su época de mayor esplendor, en los monasterios y castillos de la nobleza. En el Renacimiento los vinos toscanos se servían en las mesas más ilustres y en el año 1716, un decreto del gran duque Cosimo III de' Medici estableció lo que más tarde se conocería como las cuatro primeras denominaciones vinícolas de la historia: Chianti, Pomino, Carmignano y Valdarno di Sopra. En el siglo XIX, mientras el vino del Chianti gozaba de gran popularidad en el mercado como un vino fácil de beber, Ferruccio Biondi Santi producía la primera añada de un vino con origen Brunello; era el año 1888. Hoy, la viticultura toscana está considerada como una de las más avanzadas de Italia y destina enormes recursos tanto a la crianza como a la comercialización de sus vinos. Con 60.000 hectáreas dedicadas al cultivo de la vid, la Toscana produce 2,8 millones de hectolitros de vino (2014) y es el origen de aproximadamente el 25% de las exportaciones de vino italiano.

La Toscana es un territorio mayoritariamente montañoso —más de dos tercios de su superficie—, con unas condiciones climáticas óptimas en cuanto a exposición y ventilación. Los suelos toscanos son muy variados: con arena y caliza en el litoral y marnas y arcillas en los valles del interior, además de contar con elementos volcánicos, areniscas y tobas volcánicas según la zona. Una diversidad que encontramos también a nivel climático: las temperaturas moderadas con algunas lluvias de la costa mediterránea conviven con el clima continental en los Apeninos, con temperaturas ocasionalmente extremas y una mayor pluviometría.

La Toscana es una tierra de tintos por excelencia y la variedad reina de la región es la sangiovese, perfectamente adaptada a los suelos marnosos y calcáreos, una uva que ofrece vinos con una gran estructura, tanicidad y frescor, especialmente longevos. La sangiovese es la uva protagonista de los vinos de las DOCG Chianti y Chianti Classico, el histórico territorio que se extiende entre Siena y Florencia, donde a menudo se vinifica mezclada con otras variedades como la canaiolo o la colorino. También la encontramos en la DOCG Vino Nobile de Montepulciano, plantada sobre suelos marnosos que llegan hasta la región de Umbría, y en la DOCG Brunello di Montalcino, en el Valle de Orcia, donde los vinos —monovarietales— se crían durante un mínimo de 50 meses (de los cuales, dos años en grandes toneles): vinos potentes, elegantes y conocidos en todo el mundo. Para encontrar vinos de sangiovese con un estilo más ligero y accesible en su juventud, habría que ir al sur de la región, en las DOGC Montecucco Sangiovese y Morellino di Scansano, en la provincia de Grosseto.

Las variedades francesas llevan siglos estando presentes en Carmignano, hoy una DOCG cercana a Prato, donde la cabernet convive con la sangiovese. Sin embargo, no ha sido hasta los últimos tiempos que estas variedades internacionales se han extendido aquí con fuerza, dedicadas a la producción de lo que se conoce como supertoscanos, unos vinos normalmente no acogidos a ninguna denominación pero con unos elevadísimos niveles de calidad. Encontramos supertoscanos en las regiones del Chianti y de la Maremma, y también en las llanuras del litoral, acogidos a la DOC Bolgheri, cuna de los icónicos vinos Sassicaia y Masseto. La cabernet sauvignon y la merlot son uvas apreciadas también en denominaciones de creación más reciente como la DOCG Val di Cornia Rosso e Suvereto, próxima a la localidad de Piombino; mientras que la syrah sobresale en algunas zonas del interior, como en la DOC Cortona, de suelos minerales.

Los grandes blancos toscanos lucen la etiqueta de la DOGC Vernaccia di San Gimignano, en la provincia de Siena; vinos históricos, de gran intensidad, muy minerales y longevos. En la costa encontramos vinos elaborados con otras variedades como la vermentino o la ansonica (o inzolia), la uva de los frescos y perfumados vinos que se producen en la provincia de Grosseto, en el Monte Argentario y en la isla de Elba. Las variedades blancas más extendidas, no obstante, son la trebbiano y la malvasía, utilizadas antiguamente en la elaboración de vino del Chianti y reconocidas hoy por ser la base del vino santo toscano, un vino passito (elaborado con uvas pasificadas), criado en barricas de 100 litros (caratelli) durante un período que puede alcanzar los 12 años bajo techo, en desvanes, expuesto a las variaciones térmicas a lo largo del año. El vino santo es un vino corpulento, generalmente viscoso y aromático, amplio, persistente y con notas oxidativas. También se elabora vino santo de la variedad sangiovese con uvas pasificadas bajo la denominación específica de Occhio di Pernice, así como otros vinos de paja en las denominaciones de Aleatico dell'Elba, tintos ligeros y perfumados en este caso, y de Moscadello di Montalcino, de uvas de moscato bianco.

Los elevados estándares de calidad requeridos por las principales DOCG de la región han provocado la aparición de denominaciones consideradas de segunda categoría, con vinos más accesibles y fáciles de beber si los comparamos con los hermanos mayores producidos en la misma zona; se trata de denominaciones con una regulación menos rigurosa y con crianzas más cortas, que admiten incluso algunas variedades menos reputadas: es el caso de las DOC Sant'Antimo, Rosso di Montalcino, Rosso di Montepulciano, San Gimignano y Barco Reale di Carmignano.

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