Pequeñas islas, grandes vinos
No son solo Sicilia y Cerdeña. En Italia no existe una sola isla que no esté relacionada con una variedad autóctona o un tipo de vino particular.
Vinos artesanales, elaborados con sudor, heroicidad y perseverancia, vinos que se oponen a cualquier lógica económica. Puro placer.
En los mapas y atlas resultan casi invisibles, pero una vez te acercas a ellas se revelan como lugares de una gran tipicidad vinícola y gastronómica. Son las pequeñas islas italianas. Espléndidos territorios y paisajes, destinos turísticos de visita obligatoria donde el sol, el mar, los volcanes y las piedras calizas dan lugar a un nectar raro y precioso: vinos ágiles y estivales, pero también con cuerpo, dulces y complejos. Aquí empieza un calmado viaje por los grandes vinos de las pequeñas islas italianas.
Situados a latitudes muy distintas, es difícil encajarlos en un mismo perfil vitivinícola. Las islas menores son, al igual que la tierra firme italiana, un patrimonio con una tipicidad increíblemente diversificada. Su aislamiento, además, ha contribuido a salvaguardar unas uvas autóctonas que en otra situación ya habrían desaparecido, pero que aquí unos productores heroicos y tenaces mantienen con su trabajo diario, restableciendo no sin esfuerzo un paisaje hecho de terrazas y muros de piedra seca, que en otros lugares estaría ya abandonado. Muros, terrazas, burros y cepas plantadas en vaso configuran no solo un asombroso paisaje con vistas al mar sino también un amplio panorama de vinos a descubrir...
Muchas islas tienen un origen volcánico y dan, como las Eolias y Pantelaria, pero también Isquia, vinos muy minerales. Otras tiene suelos de composición variada, como el archipiélago toscano, con zonas arcillosas, de margas y areniscas. Dan vinos con buen cuerpo y perfumes nítidos. Con todo, el gran protagonista es el mar y, a su lado, el viento. Yodo, sal, sol interminable y un perfume de matorral, de hierbas, de arbustos únicos. Es esta personalidad mediterránea la que sobresale, en términos generales, en todos estos vinos, unos vinos que, como pocos, describen Italia con la antigua sinceridad de la aristocracia rural.
Pantelleria, Eolias, Egadas: en torno a Sicilia, el reino del passito
Pantelaria, la isla volcánica de cuencas excavadas por el viento donde se desarrollan las antiquísimas cepas de zibibbo, Patrimonio de la Humanidad. Vinos passito que cuentan al mundo la excelencia de este producto italiano. Las Eolias, con Salina y Lípari, pero también Vulcano y Panarea, donde entre cráteres y playas negras se pasifica una malvasía mineral y de ensueño, deliciosa también como blanco veraniego sápido y ligeramente aromático. Y las Egadas: aquí, en Favignana, las uvas clásicas de la Sicilia occidental saben a atún, a sal, a mar y a más mar. ¿Ustica? Otra isla a conocer. ¿Mozia? No les sorprenda que los vinos de los fenicios sean ya de los blancos más estimados de Italia.
Isquia y Capri: las perlas volcánicas del golfo de Nápoles
Isquia, la gran isla de Nápoles, con antiguas terrazas de roca de coloración verdosa, sulfurosa y mineral, donde crece la espléndida biancolella, una uva que confiere tensión, cuerpo, mineralidad y potencial de guarda a sus vinos, vinos con múltiples premios. Y Capri, donde lejos de ricos y famosos, sobre unas pendientes increíblemente escarpadas, nacen los vinos con los que ya los romanos se deleitaban, tintos y blancos que saben a matorral mediterráneo, a flores de mar y a yodo.
El archipiélago toscano: cada isla, una historia de vinos
Las islas del parque nacional más marítimo de Italia sirvieron —y sirven todavía algunas— como centros de reclusión en el pasado; hoy son un territorio ideal para el vino. Ahora que se puede acceder a ellas libremente, que se han modernizado las técnicas de cultivo y recuperado de la maleza los históricos muros de piedra seca, el patrimonio vinícola es absolutamente increíble. Los clásicos vinos de vermentino, de la típica ansonica o los grandiosos de aleático, sean passito o rosados, representan el billete de entrada para visitar tanto la isla de Elba como la del Giglio, pero hoy también las islas de Gorgona y de Capraia.
Ponza: milagros italianos
Como si de un milagro italiano se tratara, en la Isla de Ponza, un territorio volcánico con apenas diez kilómetros cuadrados de extensión, frente a la costa de Terracina y Gaeta, se elaboran buenos vinos. Emanuele Vittorio y Luca Sabino conducen un viñedo heroico en Punta Fieno, al sur de la isla, que trabajan manualmente y con una vinificación moderna para producir una gama de apenas 11.000 botellas anuales. Las variedades proceden de Ischia y se expresan aquí con increíble sabor y mineralidad. Destaca especialmente su etiqueta Fieno Bianco, con características notas de salvia, retama, tiza y papaya, y una persistencia casi infinita.