La cena está servida. ¿Y el vino?
Para organizar con éxito una cena y en un plis plas las opciones son claras: una clásica pizza margarita, una tabla de ricos embutidos o un plato de pasta con cualquiera de las múltiples salsas posibles. Elijan el vino adecuado, y lo bordarán
Llegar a casa tras una larga y estresante jornada de trabajo..., ¿quién no desea encontrarse la cena (casi) servida? Platos preparados o los ingredientes necesarios para prepararla en poco tiempo podemos adquirirlos fácilmente en la tienda de al lado. Forman parte de la tradición gastronómica de los países mediterráneos. Servidos con el vino adecuado, pueden convertirse en deliciosas veladas.
Son platos sencillos, productos genuinos que de un modo natural requieren vinos amables, accesibles y atractivos. Fáciles de beber pero suficientemente capaces de poner belleza y un toque de alegría al final de la jornada. Una pizza, unos embutidos, incluso un plato de pasta con una salsa más o menos ligera: he aquí los ingredientes más buscados para una cena rápida a combinar con copas alegres y divertidas.
Pizza
¿En horno de leña o eléctrico? ¿Harina o multicereales? ¿Roja o blanca? ¡Qué más da: todas! La pregunta más difícil de responder es otra: ¿con qué vino la acompañamos? Y aquí aparece el tópico de que la pizza no va solo con cerveza sino también con vino... ¡e incluso mejor! Aunque la propia base de la pizza ya apunta algunos de los aromas, es el condimento el que realmente va a determinar cuál será el mejor vino para acompañarla. Así que, si tienen la suerte de contar con un buen pizzero cerca de casa, dense el capricho o si no... ¡manos a la obra y empiecen a encender el horno!
La pizza roja. La clásica. Margarita. A base de aceite, albahaca, salsa de tomate y mozzarella, mejor si es de búfala de Campania. Después, añádanle todo lo que les apetezca: jamón de Parma o pulpo fresco. Un pedazo de la historia y de la creatividad de Italia, protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Los blancos suelen ser demasiado débiles para este tipo de pizzas (a menos de que sea la marinera, más ligera) y los tintos las destrozan. ¿Cuál, entonces? Un rosado, el que ustedes prefieran o cualquiera de nuestras propuestas.
La pizza blanca. Es la clásica pizza con queso. Por lo general, sin tomate. Las mejores son las que mezclan varios tipos de quesos. Como la cuatro quesos, o la gorgonzola. En cualquier caso, quesos potentes, aromáticamente intensos. Prueben con algún blanco con crianza, que tenga buen cuerpo y estructura pero que sea fresco, que desengrase y calme la sed. Si optan por la gorgonzola, en este caso pueden elegir sin miedo un tinto: un tinto amable y deliciosamente mediterráneo.
La pizza amarilla. La pizza vegana para algunos, nosotros preferimos llamarla pizza amarilla. Porque, si bien es a base de verduras, un toque de mozzarella o caciottina no le está nunca de más. Con calabacín o tomate, de anchoas a salsa verde. Hay para todos los gustos. Todas ellas con un denominador común, incluso las más especiadas: combinan con los blancos, también los tersos y frescos; con ellos, el acierto es seguro.
Embutidos
Los embutidos forman parte no solo de la gastronomía, sino de la cultura occidental. En España algunos son verdaderos símbolos nacionales, en Italia son los protagonistas de la vida en el campo. En la actualidad se sirven en mesas por todo el mundo. De todos modos, para los afortunados que podemos disponer de una amplia gama de embutidos en la tienda del barrio, estos productos son ideales para poder rápidamente improvisar una cena, amigos leales con los que compartimos mesa desde que nacimos, cuyo sabor nos gusta resaltar con vinos, sobre todo del territorio. Sean cocidos o crudos, de cerdo o vacuno, embuchados o piezas enteras, más o menos condimentados, curados durante mayor o menor tiempo, basta con tener un cuchillo a mano y una buena tabla para disfrutar de su apetitoso y grasiento sabor.
Jamón ibérico. En España es lo más importante. Un embajador en persona. Su majestad pata negra, preferiblemente de raza 100% bellota, cerdos en libertad alimentados del fruto de las encinas. Antes de terminar en manos del cortador, también pasa más de dos años en bodega. Resulta tierno, una carne que se deshace en boca, con notas herbáceas y de trufa, ahumado y de sabor dulce-salado, con una inmensa estructura sensorial. Pide tintos con nervio, carácter y un toque de rusticidad especiada. Jamón y vino se sincronizan a la perfección: desengrasando uno, suavizando el otro. ¿La mejor combinación? Tómenlo con un buen vino de Jerez y llorarán de placer.
Rosette de Lyson. Uno de los salchichones franceses más conocidos. Carne de cerdo, con su grasa, especias, vino y ajo. Todo ello, picado, embuchado y curado durante un par de meses. Cuarenta centímetros de pura diversión. ¿Con qué acompañarlo? Pruébenlo con un tinto ligero, no demasiado intenso. Ya que parece ser originario de la zona del Beaujolais, maridará deliciosamente con un buen vino de gamay.
Prosciutto de San Daniele. Fuera del país, seguramente es menos conocido que el jamón de Parma, pero en Italia, el prosciutto de San Daniele no es en absoluto desconocido. Con una excelente reputación en el Friuli, el jamón entero se cura durante al menos un año. Recién curado es cuando es más apreciado, cuando exhibe todo su dulzor y elegancia sensorial. Es el anti pata negra por excelencia. Suntuoso en cuanto delicado. Un placer casi intelectual cuando se corta muy finamente. Nos vuelve locos combinado con los blancos de la zona, que lo elevan a un carrusel de dulzura y sabor, carácter grasiento y mineralidad. ¡Un producto Made in Italy de primera categoría!
Pasta
Hablar de pasta es hablar de un universo casi sagrado. En Italia, donde la pasta constituye el típico primer plato, estarían dispuestos a convertirlo en monumento nacional, al lado de Dante y Garibaldi. Hay pastas que tienen denominación propia incluso, como en Campania. Donde el agua, el trigo y el clima mediterráneo, con las antiguas técnicas de elaboración y secado, convierten la pasta en una sintonía de aromas que se disfrutan ya solo con la mente. Fresca, seca, con huevo, rellena...; un catálogo inmenso que no necesita de grandes presentaciones a estas alturas. ¿El vino? A merced del condimento. Veamos algunos y, si nos lo permiten, por favor: la pasta..., ¡al dente!
Pesto. Es la pasta mediterránea por excelencia. Elaborada con una salsa a base de albahaca, parmesano, aceite de oliva extra virgen y piñones. Típica de la Liguria, de la zona de Génova, donde la albahaca desborda en perfumes y sabores. La pasta más característica para el pesto es la trofie: fresca, consistente, blanca. Tiene el aroma de las hojas, el sabor del queso y la untuosidad del aceite. Requiere blancos minerales, vegetales, aromáticos, a los que no deben faltarles tampoco una buena estructura y frescor. Con un vermentino tendrán la partida ganada.
Carbonara. ¡El octavo rey de Roma! Y vamos a dejarlo claro desde un principio: aquí no hay tinto que valga. Es la salsa típica de los rigatoni, se elabora con pequeños dados de tocino, queso pecorino romano, huevos enteros con la yema y pimienta. Si alguien utiliza bacon y parmesano, por favor, no se atrevan ni a entrar. ¿Somos radicales? Sí. Y su vino son los blancos de la DOP Frascati, en la región del Lacio. En estos vinos, la trebbiano amarilla aporta estructura y frescor para desgrasar mientras que la malvasía punteada incorpora aromas y el equilibrio necesario para suavizar la salinidad de uno de los pecorinos más salados que hay. Consigue suavizarnos incluso a nosotros. Si excepcionalmente utilizan otro tipo de blanco, como puede ser un blanco internacional, un noble chardonnay, por ejemplo, que tenga buen cuerpo y acidez, y le daremos el visto bueno. Pero que solo sea excepcionalmente. Como norma, un blanco de Frascati.
Lasaña. En esta ocasión nos negamos a dar explicaciones. Todo el mundo conoce o debería conocer lo que es una lasaña. Al horno, capa sobre capa, relleno de carne boloñesa y bechamel. En la Emilia, las láminas son como el manto sagrado de la gastronomía. Es un plato que pide refrescar continuamente el paladar, para volver a otro bocado. Sírvanla con burbujas, burbujas tintas: un buen lambrusco. El plato, aunque popular, tiene una gran nobleza. Un espumoso rosado método clásico también hará sus delicias.
Amatriciana. Considerada una salsa clásica de Roma, en realidad la amatriciana tiene su origen en los Abruzzos. Porque Amatrice, la localidad que, con la ayuda de los Montes Sibilinos, proporcionó los principales tesoros (tocino y pecorino) a esta popular institución culinaria, fue durante un tiempo un centro dedicado a la cría de ovejas perteneciente a los Abruzzos. Pasta roja, generalmente espaguetis o bucatinis, entre las más imitadas (y estropeadas) del mundo, la amatriciana pide un tinto franco, de la zona, con buen tanino. No perdamos el tiempo en discutir sobre estilos y variedades, que tenemos hambre. Es muy fácil: un montepulciano.