Francesc y Joan, dos jóvenes dedicados a la viña
Los padres de Francesc y Joan tenían algunas tierras en posesión que trabajaban como agricultores al tiempo que ejercían en otros sectores para asegurar el sustento de los suyos. Llegado el momento en que los hermanos debieron apostar por un rumbo profesional, la tierra los atrajo de manera irremediable. Francesc padre, abandonó su otra ocupación y se dedicó en exclusiva a la viticultura, llevando de la mano a sus hijos. La madre Antonia, fue entonces y sigue siendo hoy, el eje vertebrador que permite que todo gire al ritmo adecuado tanto en casa como a nivel profesional.
Francesc tenía estudios de enología y su padre vendía la uva a la cooperativa. Los precios eran bajos y llevaron a los Frisach a empezar a vender su uva a bodegas que la valoraban un poco mejor. Sin embargo, llegaron años en los que algunos de sus compradores no necesitaron uva, algo que los Frisach aprovecharon para emprender el camino de la elaboración propia. Empezaron con un único tino, sin experiencia, pero con ilusión y toneladas de determinación. El dinero obtenido con la venta del vino a granel se invertía en equipamiento y, pronto, el vino se empezó a comercializar. El desconocimiento les permitió ser libres desde el principio y dar rienda suelta a sus sensibilidades e intuiciones, algo que todavía hoy se palpa en los vinos de Frisach.
Francesc y Joan son hoy de los pocos jóvenes que trabajan la viña en la DO Terra Alta, pero lo hacen con tenacidad y convicción, sabiendo que la única manera de sobrevivir al paso del tiempo es hacer la cosas muy bien, poniendo en valor el trabajo artesano del pequeño productor. Para Frisach, la tierra es historia, un patrimonio que tienen el privilegio de cuidar y a partir del cual se pueden obtener productos verdaderamente emocionantes; bien saben Francesc y Joan que el vino puede ser clave para el futuro económico de la Terra Alta, una región tan apartada de los focos mediáticos.